Los problemas
Es curioso observar cómo el ser humano trata a su Madre Suprema, la Tierra. La Tierra y su supervivencia están en juego. Diariamente, por la acción directa del hombre, se vierten a la atmósfera millones de toneladas de gases tóxicos derivados de la combustión de combustibles fósiles y de empresas químicas.
Nuestros océanos no corren mejor suerte, cada día se vierte tanta basura en ellos que a estas alturas cuesta creer que aún sean capaces de albergar vida en ellos.
Mención aparte merecen los ensayos nucleares, que las grandes (y no tan grandes potencias) realizan en el planeta de forma ¿intencionada?
También contamos con la inestimable colaboración de la contaminación electromagnética, derivada de los satélites y la creciente demanda de la tecnología de nuestros días: telefonía, internet, redes sociales y la temible red de banda ancha 5G.
La esperanza
A pesar de todo ello, el planeta azul sigue teniendo cierta independencia y lucha denodadamente para mantenerse independiente a la acción del hombre. Sigue siendo una generadora energética, pero ¿hasta cuándo?
Vivimos en una sociedad completamente grupalizada, cada vez más carente de códigos. Así el individuo que no entra en estos cánones establecidos de conducta se ve marginado, aislado, carente de fuerza… Casi todos caemos en el mismo saco. Como alguien dijo: “Nunca consigues bastante de lo que no quieres”.
El ser humano tiene una cualidad de la cual carecen nuestros compañeros de viaje del reino vegetal y animal: la esperanza.
Como se suele decir, la esperanza es lo último que se pierde, y en el caso del planeta en el cual somos huéspedes, esto cobra mucho sentido. Nuestra casa sigue teniendo un gran poder regenerador y así lo demuestra diariamente sobreponiéndose a los ataques que recibe y generando vida allí donde se la deja.
Esto me lleva a la esperanza, espero que a usted también amable lector, de que un cambio en la actitud de sus mayores depredadores (los seres humanos) puede frenar la espiral destructiva en la que parece que se aboca a la Tierra.
Es una tarea en la que cada uno tiene que asumir su propia responsabilidad, y en la que hay que tener muy presente la educación de los niños, como pilar fundamental, para que no se reproduzcan los errores que hemos cometido sus padres.